16 de octubre de 2016

Presencia de Dios

29º Domingo, Evangelio de San Lucas 18, 1 - 8

Todos nos referimos a la Divina providencia como el “término teológico que indica la soberanía, la supervisión, la intervención o el conjunto de acciones activas de Dios en el socorro de los hombres.” Una especie de 0-800-DIOS, al que podemos llamar para pedir auxilio sin costo alguno.

Sin embargo al pensar en la providencia divina en general especulamos que la provisión de Dios, en concordancia con lo que se demande, no se va a hacer efectiva ya que en términos humanos lo que le pedimos a Dios (como último recurso) es de difícil satisfacción, incluso eso influye para que sea lo que nos anime a peticionarle a Dios por nuestra necesidad terrena.

La distancia entre el cumplimento de Dios en la satisfacción de la demanda y lo que ocurre realmente se pone en términos de la Fe, incluso, la interpretación de lo recibido también se lee desde esa Fe en Dios.

Este razonamiento se basa en aquella cita bíblica del evangelista San Juan Capítulo 14 vs 11-14 :

11. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras.

12. En verdad, en verdad os digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre.

13. Y todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.

14. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré.

Si se toma el último (14) versículo aisladamente veremos que se puede extraer una versión egoísta del mismo. Llamen al 0-800 y voilà. Peticiono cualquier cosa, incluso cualquier locura total “Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré” . Una especie de jaque individualista a Dios.

Sin embargo esta lógica moderna se puede transmutar en lógica postmoderna y estaríamos mas en sintonía con el evangelio. Supongamos que Dios atiende no solo nuestra súplicas sino las de todos mis hermanos por igual, por lo que ya no necesitaría discar más el 0-800 ya que estaría abastecido por TODO lo que Dios me quiere proveer, entonces mi concentración en esta caso no sería en – A ver… qué le pido a Dios- sino en cómo me concentro en mi propio trabajo y lo  optimizo de  tal forma que Dios me provea de lo que necesito. propongo cambiar la óptica desde una petición proactiva egoista-individualista a otra colectiva pasiva e individualizada. Que sea Dios el que me individualice y me asista. Desde ese punto se entiende un poco mas aquello de “entregarse a las manos de Dios”, y tal vez se comprenda mejor a la divina providencia, no como un surtidor sino como un distribuidor de recursos.

Nos cuesta tener presencia de Dios, precisamente porque no tenemos esa costumbre. Pero, con el tiempo y el interés, puede llegar a ser en nosotros algo tan continuo como el respirar. Como el perro adiestrado mira una y otra vez a su amo antes de hacer cualquier cosa, para saber dónde se encuentra. Como la presencia del amado o de la amada ausente en el día y en la noche del amante. Su ausencia provoca una presencia que llena el pensamiento, que lo atrae como un imán, continuamente.

En los evangelios aparece cómo Jesús con frecuencia alababa a su Padre. Hoy nos insiste en que hemos de rezar de modo habitual. San Pablo concretará incluso: ya comáis, ya bebáis, o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios (1 Co 10,31). De una u otra manera, Dios ha de ser el punto de referencia siempre. No porque se le tema, ni sólo para pedirle ayuda cuando truena, sino como el amado a quien se recuerda frecuentemente y se le llama por teléfono. El día de nuestro cumpleaños sabemos quién nos quiere: el que se acuerda de nosotros. Recordar así a alguien es amarle. También a Dios.

Esta presencia habitual de Dios nos evitará muchas preocupaciones y ligerezas a la hora de hablar; y dará tono sobrenatural a todo lo que hagamos. ¡Podemos hacer tantos actos de amor y desagravio a lo largo del día!, tantas jaculatorias que suban como flechas encendidas de amor hasta Dios y la Santísima Virgen. Dios nos ama aunque no nos demos cuenta. Es la gran realidad. Por eso no puede ser el gran ausente, sino el gran amado, cuyo recuerdo atrae, cuya presencia llena el corazón y el día entero.

Paz y bien, buen domingo



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Con textos tomados de Carlos Boyle y Jesús Martínez García

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